Parecería el título de una novela pero no, es la historia de Daniel Cucci y las Islas Malvinas. Un amor que perduró a todo.
Por Sebastián Plaza
BALCARCE (Corresponsal).- Muchas veces vemos en las películas las historias de amor que se generan en el marco de una guerra. Por lo general, es el soldado malherido que asistido por una enfermera encuentra el amor en quien le salva la vida.
Pero esta historia surgió de la realidad que vivió un soldado y el territorio que puso en riesgo su vida. No sólo lo alejó de su familia sino que además lo hizo padecer las dificultades más sensibles que puedan afectar a cualquier ser humano.
Fue el 16 de abril de 1982 cuando el soldado Daniel Cucci arribaba a las Islas Malvinas. Tres días antes de cumplir sus nóveles 19 años de vida.
En marzo había sido convocado a cumplir con el servicio militar en el GADA 601 de Mar del Plata. O sea, que la experiencia y la formación que había recibido distaban mucho de las que verdaderamente hubiera necesitado para enfrentar en condiciones óptimas una guerra armada contra una de las potencias mundiales.
Sin embargo, en medio de tantos padecimientos supo querer el territorio y acostumbrarse al frío y el hambre que fueron característicos de los 64 días que les tocó estar en el archipiélago.
La misión era defender a la patria y la nación del enemigo. Era ir en busca de que se reconociera la soberanía de nuestro país sobre las islas que habían sido usurpadas mucho antes por los ingleses. También habían merodeado los españoles y franceses que con sus embarcaciones trataron de fijar posición en un lugar estratégico pero no lo lograron.
El 10 de febrero de 2018 volvió a las islas. Motivado por el programa “Mis Huellas en Malvinas” de la Fundación “No me olvides” quiso acompañar a los adolescentes de un colegio secundario que se sumaron a la propuesta. Fue la excusa perfecta.
Así es como surgió la posibilidad de romper con un tema tabú, no sólo para Daniel sino para todos los ex combatientes que conocieron el horror en ese terruño, como es volver a ese medio que fue tan hostil con ellos.
Pero no dudó en volver al lugar que lo había enamorado. Pero tenía que sortear un inconveniente que no estaba previsto: la salud de su padre Carlitos. Pero junto a él supo decidir que era mejor pensar en la salubridad de un hombre de 54 años que tenía una necesidad irresuelta que acompañar a un octogenario en sus últimos días. Y así fue como Carlitos tuvo la mejoría que necesitaba Daniel para viajar tranquilo pero luego empeoró y no alcanzó a recibirlo a su vuelta de Malvinas.
Sin explicaciones
“Las islas me volvieron a enamorar. Yo estaba enamorado y ahora me volví a enamorar”, le contó Daniel a LA CAPITAL.
Y siguió contando con alegría que “me volvieron los años de mi juventud. Encontré muchas cosas que había dejado atrás. Visitar el cementerio fue lo más impactante”.
El amor cuando se siente no tiene explicaciones. “Cada vez me está gustando más el haber ido. Creo que cada vez que pasa el tiempo siento que sanó mis heridas. Yo no fui a buscar nada en especial pero me cambió la cabeza. Me dio tranquilidad. Me dio una nueva forma de vida que todavía no puedo explicar muy bien. No es fácil pero me noto más tranquilo. Más sereno. Todavía no logro entender el por qué”, describió.
Daniel reconoce que lloró mucho y tal vez en esas lágrimas se hayan ido las penurias y dolores de una guerra que sólo el que la pasó sabe lo que vivió.
“Cuando depositamos en las tumbas los rosarios que donaron muchos balcarceños, que fueron bendecidos, y cuando rezamos sentí mucho alivio. Ese lugar tiene una fuerza muy especial. Cumplimos con la palabra empeñada”, argumentó.
Daniel contó que pudo recorrer cada uno de los lugares que había estado pero obvio que ahora mucho más tranquilo. “En aquel momento uno estaba haciendo guardia durante la noche y sabía que en cualquier momento podía llegar un cuetazo y pasar cualquier cosa. En cambio ahora las noches eran más lindas y serenas pese a que siempre el viento y el frío estuvieron presentes. Uno se quedaba tranquilo porque sabía que ahora no iba a pasar nada”, enfatizó con una sonrisa.
En largas caminatas supo reconocer en las Malvinas a aquella ciudad que lo había cobijado en medio de disparos, llantos, sorpresas y dolores. Sintió que era la misma y que esta vez la tenía que disfrutar al máximo. “Esa tranquilidad me hizo apreciar todo mucho mejor. Las Islas me gustaron muchísimo, tanto los paisajes como las costas y el mar”.
Es más Daniel lo tiene clarísimo: “Si me dieran a elegir un lugar en el mundo para ir de vacaciones, sin dudar, elegiría una y otra vez a las islas. No las cambio por nada”.
Con ellos
Dicen que el amor todo lo puede y en parte así se podría explicar el no querer irse de un cementerio. “Fue impresionante llegan al Cementerio de Darwin y no quererte ir. A diferencia de lo que me pasa cuando voy a visitar a mis padres, acá en Balcarce, que estoy un rato y me voy”, contó.
El ex combatiente reconoció que en una de las visitas estuvo con la delegación tres horas y media. “Nos tuvimos que ir porque nos estaba esperando la combi. Es raro que haya pasado eso y la paz que me transmitió”.
Y la paz había llegado luego de estar con ellos, sus compañeros de lucha. Fue tal vez recordar aquel 3 de junio de 1982 cuando tembló la pista de Puerto Argentino. La explosión se escuchó a varios kilómetros. El fuego, los gritos, evidenciaban que algo grave había sucedido. En pocos minutos se pudo establecer que un misil inglés, disparado por un avión Vulcan B.2 matrícula XM597, acababa de impactar en el director de tiro Skyguard. En esa acción perdieron la vida los soldados clase 62, Oscar Daniel Diarte y Jorge Alberto Llamas, sus compañeros.
“Fallecieron a 50 metros desde donde estaba yo. Me tocó juntarlos y cargarlos en un camión con los demás fallecidos. Ese fue un momento muy bravo y ahora poder decirles que dieron la vida por nosotros también fue difícil. Nos podría haber tocado a cualquiera. Ellos pudieron ser identificados desde el primer momento porque todos nosotros llevábamos una chapita identificatoria”, recordó.
Fue un diálogo intenso con sus compañeros con los cuales había convivido las 24 horas durante más de tres meses. “Pude hablar con ellos y decirles que no los había olvidado. Eso me hizo llorar mucho y fue sacarme una mochila que tenía encima que, de hecho, no sabía que tenía”, aseguró.
Pero el amor también te somete a algunos sinsabores. “Siempre que uno va de vacaciones quiere traerle un presente a la familia o un amigo y yo no pude traer nada porque todo dice Falkland. Hay muchos regalos para traer y todos muy lindos pero están hecho a propósito. Lamentablemente no pude traer nada. Eso duele y molesta: es como que te están remachando todo el tiempo que son de ellos”, apuntó.
La vuelta
Este hombre que se enamoró de las islas y revalidó ese sentimiento hace poco más de un mes está convencido que habrá una tercera cita. Será junto con Gustavo Panaggio, un ex combatiente marplatense que dudó en ir y finalmente no lo hizo. “El me vino a saludar antes de irme. Me dijo que tenía la puerta cerrada con Malvinas pero ahora con mi viaje la dejaba entreabierta”, manifestó.
También afirmó que “no se si no vamos a volver juntos. Cuando lo vea seguramente será fácil de convencerlo. Yo volvería con cualquiera de mis compañeros de Balcarce. Se puede ir y volver a estar tranquilos. Creo que cualquiera que vaya se enamorará como yo”, concluyó.